Cuenta la leyenda que a mitad del siglo XVIII era famoso en Ronda un cantaor llamado BARTOLILLO RAMÓN. Menudo, enjuto, Bartolo era puro nervio. Correteaba varias veces al día la ciudad en busca de alguna celebración (bautizos, bodas y dicen que hasta velatorios). Llegado a ella, Bartolo sacaba un guitarrillo del que nunca se desprendía y comenzaba a cantar coplillas improvisadas y adaptadas al motivo de la reunión, acabada la cual, nuestro hombre pasaba un platillo para que el personal le regalara algunas monedas.
Cantaba viejas melodías como los llamados polos y las llamadas cañas. Pero sobre todo hacía un especie de fandango nuevo, fandango del Sur, y lo hacía tan personal, tan personal, que acabaron llamándole el fandango de Bartolillo de Ronda.
Un día Bartolo se fue al campo y le dió por entrar en la Gruta del gato. Lo que ocurrió dentro de ella se desconoce porque Bartolo jamás salió de allí. Tal vez enterrado en vida, sus paisanos lo daban por muerto y de él no quedó más recuerdo que su famoso fandango porque cantaores más jóvenes lo habrían aprendido en su momento. Se olvidaron de su nombre y ya se nombraba simplemente como fandango de Ronda, nombre que se abrevió a rondeña sin más.
Tanto lo cantaban los rondeños que cuanto viajero que pasara por la ciudad se lo llevaba y al cabo de unos meses aparecía como rondeña de Cascaporritos de la Reina, o sea, rondeña del lugar al que llegara.
Toda esta leyenda da pie y fundamento a la teoría según la cual cualquier canto que se haga en las Españas con el nombre de rondeña, inevitablemente es un trasplante del fandango de Bartolillo Ramón el de Ronda.
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