El viernes día 11 nos despertamos con la triste noticia de la muerte de
Leonard Cohen, poeta y cantante, nacido en Montreal el 21 de septiembre de 1934. Unas horas después supimos que en realidad había muerto el lunes (o sea, el 7 de noviembre de 2016) en su casa de Los Ángeles (Estados Unidos) y que ya había sido enterrado en Canadá en su ciudad natal.
Hace años, en uno de mis encuentros con mi amigo
Enrique Morente, éste me habló de él y me recomendó que buscara sus discos. La verdad es que ya lo había oído pero en una sola canción incluida en un vinilo colectivo
(1) y me bastaron las palabras de Enrique para que buscara tres o cuatro álbumes del cantante canadiense. No me decepcionaron y desde entonces he sido amante y seguidor de su música.
Cuando el día 21 de octubre de 2011 le entregaron el premio
Príncipe de Asturias de las Letras, Leonard Cohen hizo un discurso precioso. A muchos nos sorprendió esto que contó: Estaba preparando su viaje a España para recoger el premio y ...
Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde (2) que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: «Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde surgió esta fragancia». Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.
Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Porque era un guitarrista mediocre, aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.
Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: «Déjame oírte tocar algo». Yo intenté tocar algo, y él dijo: «No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». Yo le dije: «No, la verdad es que no sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada», dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: «No es una mala guitarra». No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: «Toca ahora». No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: «Deja que te enseñe algunos acordes». Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: «Ahora hazlo tú». Yo respondí: «No hay duda alguna de que no sé hacerlo». Y él dijo: «Déjame que ponga tus dedos en los trastes», y lo hizo «y ahora toca», volvió a decir. Fue un desastre. «Volveré mañana», me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado.
Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal, porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.
Y, por tanto, les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya, y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página.
Volvamos a mi conversación con Morente para añadir que me había dicho que estaba interesado en grabar alguna cosa de Cohen. Así ocurrió y cuando en 1996 salió al mercado su monumental álbum titulado
Omega (3) nos encontramos conque cuatro de los trece temas registrados llevaban música de Leonard Cohen. Naturalmente, Enrique los canta en lengua castellana para lo que se valió del traductor catalán, especialista en Cohen, Alberto Manzano. Con tales temas os dejo hasta otra día.
1)
Pequeño vals vienés
(1) Sea trata del disco Poetas en Nueva York, editado en 1986, donde se recogen textos de García Lorca musicados por diversos canta-autores. Cohen participaba con la canción Take this walz, versión del poema Pequeño vals vienés.
(2) Se refiere al taller que había montado el constructor de guitarras Domingo Esteso, dos de cuyos discípulos y sobrinos, Faustino y Mariano Conde, continuaron su labor, a su vez mantenida por Felipe Conde, hijo de Mariano. De ese taller han salido guitarras para Manolo de Huelva, Melchor de Marchena, Sabicas, Niño Ricardo, Paco de Lucía, Rafael Riqueni y muchos guitarristas flamencos más a los que se unen artistas de otros géneros como Regino Sáinz de la Maza, Ad Di Meola, Bob Dylan, John Williams, Cat Stevens o el propio Leonard Cohen.
(3) Obra hecha en colaboración con el grupo de rock Lagartija Nick. Aparecen guitarristas como Isidro Muñoz, Cañizares, Tomatito, Montoyita o Vicente Amigo. La familia Morente interviene como segunda voz, coros o palmas.