Mi amigo José Bentín, arquitecto peruano y gran aficionado al Flamenco, ha aparecido algunas veces en mis memorias. Tengo pendiente el hablarles a ustedes de él con más extensión, pero hoy, 24 de febrero, aniversario de la muerte de Manolo Caracol, cedo mi espacio y dejo que su pluma nos cuente cómo y cuándo conoció al genial cantaor. Bentín andaba por Madrid y siendo el 3 de junio de 1963, día en que murió el Papa Juan XXIII, le dio por visitar el tablao propiedad de Caracol...
Uno de los primeros tablaos flamencos que visité fue “Los Canasteros” en la calle Barbieri, a pocas cuadras de la Gran Vía. El principal atractivo era que el propietario era el famoso cantaor Manuel Ortega “Manolo Caracol” (1) por quien yo sentía una gran admiración. Caracol había saltado a la fama, siendo un niño, en el Concurso de Cante Jondo de Granada del año 1922 organizado por numerosos escritores, artistas, músicos, e intelectuales, entre los que se encontraban Manuel de Falla, Federico García Lorca, e Ignacio Zuloaga. Su linaje se remontaba hasta el mítico cantaor “El Fillo”, de donde viene el apelativo al tipo de voz “afillá”, y emparentado con la enorme dinastía de cantaores Ortega y también con la de los toreros Gómez Ortega “Los Gallos”. Sus grandes condiciones para los cantes, por el impresionante juego con su voz tipo “afillá” en que podía igual ligar el cante o cortarlo con silencios, y dotarlo de una súbita improvisación, sea en la letra de la copla o en la entonación, ocasionando así en un determinado instante el “pellizco” que producía al escucha saliendo a relucir el “duende”. Lamentablemente Caracol se adaptó a los gustos de la época del cante aflamencado, posteriormente con Lola Flores forma pareja artística y sentimental en espectáculos comerciales seudo flamencos que llamó “Estampas” en teatros y en filmes con argumentos similares entre las décadas de los cuarenta hasta los sesenta utilizando como base el ritmo de la “Zambra”. Caracol decía que con esto había elevado el flamenco a un sitial de categoría mundial.
Sin embargo esta veta comercial no le quitaba su “pellizco” para cantar jondo cuando le apetecía. Están de prueba sus discos: “Una Historia del Flamenco” con un estudio del profesor Gabriel García Matos (*) publicado en 1958 en que demuestra su hondura antológica y su conocimiento del cante puro.
El ambiente del local del tablao imitaba el interior de una cueva del Sacromonte de Granada con enlucido escarchado pintado de blanco en donde destacaba el escenario, luego la sala con las mesas para los clientes y una mezanine en forma de U que rodeaba la sala, la cual se usaba cuando había mucho público y era solo para personalidades importantes.
Aparentemente fue un día cualquiera de 1963 cuando llegué al local a eso de las diez de la noche, no había nadie, pero esto no me llamó la atención pues las once solía ser la hora en que empezaba a llegar la gente, me senté en la barra y pedí al barman un Chivas puro. Unos asientos más allá se encontraban el gran guitarrista Melchor de Marchena (2) tomándose un whisky en pequeños sorbos, lo reconocí enseguida por las fotos en las portadas de algunos discos que había grabado. Melchor, quien fue tocador exclusivo de la Niña de los Peines y de su hermano Tomás Pavón, acompañaba ahora a Caracol.
Después de algunos minutos, al segundo Chivas, entablamos conversación primero sobre cosas generales del flamenco, sobre lo que de novedad se podía ver en Madrid y luego sobre el tablao. Por él me enteré que Caracol cantaba solo en ocasiones especiales, generalmente cuando había alguien importante en la sala, me informó también quienes eran los otros integrantes del cuadro y quienes estaban como figuras.
Pasó más de una hora en esta conversación y no entraba nadie al local, de pronto una gruesa figura se acerca a la barra detrás de mí y me saluda – buenas, ¿qué esta tomando? – un whisky – le invito otro, por favor sírvele – gracias – es Manolo Caracol, el que se sienta a mi lado. No lo podía creer estaba hablando con mi ídolo, la leyenda viva en persona y no es definitivamente un día cualquiera, ese día había muerto el Papa Juan XXIII. Luego de intercambiar frases protocolares y temas generales, Caracol me dice cuanto quería “al Papa Bueno” haciendo una apología de las acciones y virtudes del pontífice que las conoce al dedillo, ante su sorprendido admirador. Manifiesta que se siente deprimido por lo acontecido – yo no sé si debo abrir el local hoy día ¿qué opina usté? – yo creo que si ese es su sentimiento debería cerrar – ¿usté lo cree? – ¡definitivamente! – Se dirige a los demás y grita: ¡muy bien señores, nos vamos, cierren todo! A mi me dice: Venga mañana a las once yo lo invito.
Al día siguiente asisto a “Los Canasteros”, me ubican en la mejor mesa con una botella de whisky, cortesía de Caracol, quien me saluda efusivamente. Veo primeramente el cuadro flamenco de la casa muy parecido al de los otros tablaos existentes con muchos bailes insulsos a cargo de guapas bailaoras, luego cantó Terremoto dos cantes con la guitarra de Juan Carmona “Habichuela” (3), al final hace las malagueñas del Mellizo, cante muy barroco y de dramática expresividad, en forma estupenda. Al filo de las tres de la mañana, la gran sorpresa, cantó Caracol, primero por fandangos, luego soleares, después se incorpora el piano y conjuntamente con Melchor interpretan malagueñas y tientos-tangos. El cante singular de Caracol esta lleno de quejidos, desplantes, y silencios, mientras el público interrumpe con sus óles y aplausos. No faltan las Zambras y Romances escenificados en que Caracol le canta a una bailaora.
Hace una magnifica dupla con Melchor quien con sus “toques negros” le pone el marco justo a su cante. Continúa con unas espeluznantes siguiriyas, cuyos ayes seguramente erizan los vellos a la concurrencia, los míos definitivamente. De las coplas cantadas recuerdo la siguiente:
Sin embargo esta veta comercial no le quitaba su “pellizco” para cantar jondo cuando le apetecía. Están de prueba sus discos: “Una Historia del Flamenco” con un estudio del profesor Gabriel García Matos (*) publicado en 1958 en que demuestra su hondura antológica y su conocimiento del cante puro.
El ambiente del local del tablao imitaba el interior de una cueva del Sacromonte de Granada con enlucido escarchado pintado de blanco en donde destacaba el escenario, luego la sala con las mesas para los clientes y una mezanine en forma de U que rodeaba la sala, la cual se usaba cuando había mucho público y era solo para personalidades importantes.
Aparentemente fue un día cualquiera de 1963 cuando llegué al local a eso de las diez de la noche, no había nadie, pero esto no me llamó la atención pues las once solía ser la hora en que empezaba a llegar la gente, me senté en la barra y pedí al barman un Chivas puro. Unos asientos más allá se encontraban el gran guitarrista Melchor de Marchena (2) tomándose un whisky en pequeños sorbos, lo reconocí enseguida por las fotos en las portadas de algunos discos que había grabado. Melchor, quien fue tocador exclusivo de la Niña de los Peines y de su hermano Tomás Pavón, acompañaba ahora a Caracol.
Después de algunos minutos, al segundo Chivas, entablamos conversación primero sobre cosas generales del flamenco, sobre lo que de novedad se podía ver en Madrid y luego sobre el tablao. Por él me enteré que Caracol cantaba solo en ocasiones especiales, generalmente cuando había alguien importante en la sala, me informó también quienes eran los otros integrantes del cuadro y quienes estaban como figuras.
Pasó más de una hora en esta conversación y no entraba nadie al local, de pronto una gruesa figura se acerca a la barra detrás de mí y me saluda – buenas, ¿qué esta tomando? – un whisky – le invito otro, por favor sírvele – gracias – es Manolo Caracol, el que se sienta a mi lado. No lo podía creer estaba hablando con mi ídolo, la leyenda viva en persona y no es definitivamente un día cualquiera, ese día había muerto el Papa Juan XXIII. Luego de intercambiar frases protocolares y temas generales, Caracol me dice cuanto quería “al Papa Bueno” haciendo una apología de las acciones y virtudes del pontífice que las conoce al dedillo, ante su sorprendido admirador. Manifiesta que se siente deprimido por lo acontecido – yo no sé si debo abrir el local hoy día ¿qué opina usté? – yo creo que si ese es su sentimiento debería cerrar – ¿usté lo cree? – ¡definitivamente! – Se dirige a los demás y grita: ¡muy bien señores, nos vamos, cierren todo! A mi me dice: Venga mañana a las once yo lo invito.
Al día siguiente asisto a “Los Canasteros”, me ubican en la mejor mesa con una botella de whisky, cortesía de Caracol, quien me saluda efusivamente. Veo primeramente el cuadro flamenco de la casa muy parecido al de los otros tablaos existentes con muchos bailes insulsos a cargo de guapas bailaoras, luego cantó Terremoto dos cantes con la guitarra de Juan Carmona “Habichuela” (3), al final hace las malagueñas del Mellizo, cante muy barroco y de dramática expresividad, en forma estupenda. Al filo de las tres de la mañana, la gran sorpresa, cantó Caracol, primero por fandangos, luego soleares, después se incorpora el piano y conjuntamente con Melchor interpretan malagueñas y tientos-tangos. El cante singular de Caracol esta lleno de quejidos, desplantes, y silencios, mientras el público interrumpe con sus óles y aplausos. No faltan las Zambras y Romances escenificados en que Caracol le canta a una bailaora.
Hace una magnifica dupla con Melchor quien con sus “toques negros” le pone el marco justo a su cante. Continúa con unas espeluznantes siguiriyas, cuyos ayes seguramente erizan los vellos a la concurrencia, los míos definitivamente. De las coplas cantadas recuerdo la siguiente:
Ay mujer malina,
Que quiés buscá,
Que yo le pierda, Ay
Que yo le pierda, la caló de mis niños
Pa la eterniá
Ay, ay, mujé malina que me quiés buscá
Después de más de hora y media cantando remata la noche con unas interminables bulerías, en que están presentes todas las características del repertorio de Caracol desde los jipíos, trabalenguas, contra compases y el recrearse en el cante, recuerdo algunas las coplas que cantó:
Yo sentí un doble de campanas
Ay que doble de campanas
Creyeron que era la reina
y la reina no era
y la reina no era
que era una probe gitana
Y el mardito carderero
Tiene un ojo de cristal
Que le den a usté
Que le van a dar
Si lo quiere o no lo quiere
Eso no le importa a nadie
Que le den a usté
Que le van a dar
La apoteosis con la euforia de los aplausos y los jaleos de ¡bravos! ¡oles! son eternos. Valió la pena regresar y ver a Caracol en toda su verdadera magnitud.
Volví muchas veces a su local en esas semanas y durante los años posteriores que pasé por Madrid, pero nunca más tuve oportunidad de volver a ver cantar a Caracol. Después de su fallecimiento en accidente automovilístico en 1973, el tablao pasa a ser administrado por sus hijos, tuvo muchos altibajos hasta que comenzó a declinar y perder la brújula.
(1) Manolo Caracol - Manuel Ortega (Sevilla 1909 - Madrid 1973)
(*) Aquí Bentín ha confundido el nombre propio. Se trata del musicólogo don Manuel García Matos (Plasencia, Cáceres 1912 - Madrid 1974)
(2) Melchor de Marchena - Melchor Jiménez Torres (Marchena 1907 - Madrid 1980)
(3) Terremoto de Jerez - Fernando Fernández Monje (Jerez 1936 - 1981). Juan Habichuela - Juan Carmona (Granada 1933)
(*) Aquí Bentín ha confundido el nombre propio. Se trata del musicólogo don Manuel García Matos (Plasencia, Cáceres 1912 - Madrid 1974)
(2) Melchor de Marchena - Melchor Jiménez Torres (Marchena 1907 - Madrid 1980)
(3) Terremoto de Jerez - Fernando Fernández Monje (Jerez 1936 - 1981). Juan Habichuela - Juan Carmona (Granada 1933)
una historia muy bonita de Caracol, un maestro y un señor.
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