Hay una letra que solía cantarse como jotilla en las sierras de Huelva, aunque yo también la he oído como fandango, que sería escándalo no ya para las llamadas feministas, sino para cualquier fémina a secas:
Mi caballo y mi mujer
se me murieron a un tiempo
Mi mujer, Dios la perdone,
mi caballo es lo que siento.
La cosa es que la copla atravesó el charco y nos la encontramos en Argentina. Ahora ni la mujer ni el caballo mueren, sino que se van a la ciudad de Salta, aunque la conclusión viene a ser la misma:
Mi caballo y mi mujer
se me fueron para Salta.
Mi mujer no la preciso,
mi caballo me hace falta.
Lo curioso es que la cantaba un icono de la progresía de los años sesenta y setenta del pasado siglo: el poeta y cantante Don Atahualpa Yupanqui. No se le critique por ello: Atahualpa cantaba lo popular y esa letra, para bien o para mal, lo era.