Sería en el invierno del año 1970. Yo vivía en el tantas veces nombrado chalecillo en los aledaños del madrileño barrio de Chamartín al que se dio en llamar La Hermandad. Estaba a punto de acostarme cuando suena el teléfono:
-Andrés, que soy Luis Florit, que estoy en en el tablao Zambra con la Marquisse, que se me han desbordado los gastos y no me llega para pagar. Vente y me traes algo de dinero.
La Marquisse era una señora bien entrada en años, marquesa de lo que sea decía ella... Florit era un entrañable amigo al que llamábamos El Portero del Infierno. Pues nada, que sí, que voy a coger mi coche pá dirigirme hasta el tablao, y en esas, otro habitante del chalet que se enteró de tó y que solía apuntarse a cualquier bombardeo, me dice que me acompaña.
-Pero, hombre, si estás en pijama.
-Es igual, me pongo el abrigo encima y ya está.
Llegamos a la puerta del tablao y mi amigo, en lugar de quedarse en el coche, como yo le había aconsejao, se me planta en la entrada. Por allí andaba el señor Casares, el dueño, tan rígido siempre, quien se asustó del aspecto de mi acompañante. Le cuento a qué íbamos y, como a mí me conocía por ser asiduo cliente y porque Casares me tenía por formal, nos dice:
-Vale, entren y váyanse al final del salón sin que los note nadie. Y a usted que no se le ocurra quitarse ese abrigo.
Finalizó la función. Mi amigo Florit, con mi auxilio, arregló sus cuentas, pero no acabó aquí todo. La dichosa Marquisse tenía ganas de más fiesta. No recuerdo bien pero, entre los artistas del tablao, varios se nos unieron (con seguridad Juan Varea fue uno de ellos) y acabamos en un local portugués (El Fado de nombre) allá por la plaza de Santo Domingo. Estaban cerrando, pero reabrieron para nosotros porque la Marquisse era casi como de la casa. Juan Varea y yo a saga, pero no se me va de la memoria la triunfal entrada que hicieron en el local la tal Marquisse cogida de los brazos de Florit y de mi empijamado compañero de vivienda. La fiesta, entre fadistas y flamencos, se prolongó unas horas más y de allí nos fuimos a la cercana chocolatería/churrería de San Ginés.
¡Historias que uno ha vivido porque, si me las contaran, hasta yo mismo dudaría de que hubieran sido ciertas! Pero lo fueron.
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