Pudo ser en 1976 o tal vez en 1977. Mes de agosto cuyos calores sobrellevaba como podía en mi Fernán Núñez natal. Un día me llaman Rosa y Quica, dos amigas gallegas que andaban de gira por Andalucía.
- Andrés, estamos en Córdoba. Ven a vernos. Mañana seguimos para Granada y luego Málaga, ¿te vienes?
Por supuesto que sí. A la tarde-noche del día siguiente paseábamos la Gran Vía granadina y al llegar a Puerta Real nos encontramos con uno de mis viejos amigos: el cantaor Enrique Morente. Después de un rato de conversación nos dice:
- He quedado en el Sacromonte para oír a un guitarrista jovencito, el sobrino de Victorino de Pinos Puente. Me acompañáis, ¿verdad?
En la cueva “Los Tarantos” estaban acabando sus actuaciones para los turistas y al poco tiempo cerraron, quedando dentro los dueños, Victorino y su sobrino, mis amigas gallegas, Morente y yo.
Y vino el cante de este gitano de Pinos Puente. Con su sobrino a la guitarra, cantó durante horas soleares, siguiriyas y fandangos. ¿Para qué más estilos si en estos era largo y los ejecutaba de maravilla? Reconocí en él a uno de esos anónimos cantaores de reuniones, de minorías. Su voz era rancia, gorda. Su compás, ajustado, bien medido. Clásico, pero sin la frialdad que enseñorean los actuales representantes de esta línea, con incursiones en la magia del caracolismo.
Solamente al final de la fiesta cantó Enrique. Lo hizo por soleá y el bueno de Victorino, sincero y teatral a un tiempo, se arrodillaba a su lado en un gesto poco menos que de adoración.
Enrique y yo corrimos con los gastos de lo que se había consumido. Ya en la calle me dice
- Mira, dame mil duros para Victorino. Yo le daré otros mil a su sobrino...
¡Grandeza de un artista de su talla, pagar para que le canten a él! Los libros cuentan que eso solía hacerlo con frecuencia don Antonio Chacón. Morente también aquí sigue al maestro jerezano.
Estas noticias, engrandecen aún más la figura de Morente.
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