Por mu analfabetos y pueblerinos que seamos algunos andaluces, entendemos que
"profesional" = "el que ejerce una profesión".
Además, como hemos aprendío (aunque sea a muchas trancas y todavía más barrancas) a usar esta leche frita del Internet, acudimos al Diccionario de la Real Academia Española el cual dice:
"Profesión" =
= "Empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que recibe una retribución"
Si ahora nos vamos al poco frecuente sentido común, concluiremos la siguiente definición:
"cantaor flamenco profesional" =
= "persona que ejerciendo su facultad de cantar flamenco, recibe una retribución"
¿Lo ve usted, lector, como somos atrasaos pero no tanto...? Si hasta manejamos esa cosa que la gente culta de las ciudades llama silogismos...
En una crónica del recién celebrado "I Congreso Internacional de Flamenco" (Sevilla, 10-11-12 de noviembre de 2011) este cateto que suscribe lee lo siguiente:
Juan Manuel Suárez Japón, ha señalado que el flamenco contemporáneo "ha ido volviéndose cada vez más complejo", un hecho que ha desembocado en su profesionalización, y de ahí la aparición de la relación que existe actualmente entre flamenco y poder.
Dicen que este señor es rector de la Universidad Internacional de Andalucía (mis respetos por ello, don Juan Manuel). A mí me suena que ha tenío varios cargos políticos. Incluso hasta se dice por ahí que es aficionao al cante, como lo somos tantos andaluces de los que, por falta de caballo (que eso se quea pá los señoritos), andamos a pie.
Y digo yo, rector magnífico, ¿hay que esperar hasta el año 2011 de la era de nuestro Señor Jesucristo para darse cuenta de que el flamenco está profesionalizado? Yo pá mi que Antonio Monge Rivero (El Planeta, para la historia flamenca), a pesar de que tenía sus dineritos bien ganaos como carnicero en Málaga, cuando acudía a fiestas como aquella de Triana que nos contaba Estébanez Calderón hacia 1840, chispa arriba, chispa abajo, lo hacía cobrando. Como cobraba el gaditano Paquirri Guanter (no "el Guanté" como decíamos equivocadamente hasta hace poco) que se fue de su tierra a Madrid para ganarse las habichuelas cantando y guitarreando (el pobre no tuvo fortuna, aunque sí una desgraciada muerte cuando, a mitad del XIX, era aún muy joven). Bueno, ¿y qué decir de Silverio que no cejó ante la administración hasta conseguir que en sus documentos figurase que su profesión era la de "artista"?
Desde aquellos tiempos hasta hoy el flamenco ha estado en manos de profesionales del género. Y gracias a ellos ha llegado hasta nosotros. ¿O es que aún queda gente que se crea lo de aquella "etapa hermética" en la historia del flamenco de la que hablaban un buen poeta -Ricardo Molina- y un magnífico cantaor -Antonio Mairena-, totalmente obsoletos ambos dos como tratadistas del flamenco?
Me da la impresión, excelentísimo señor, de que aficionados como usted aún no se han percatao del "error de bulto" en que incurrieron Falla y Lorca al convocar el tan sonado Concurso de 1922 en Graná. No querían profesionales, pero, para salvar el evento, tuvieron que recurrir a Chacón y a Manuel Torre o a la Macarrona. Y, a la postre, premiar "ex-quo" al Tenazas, discípulo del gran profesional Silverio, y al niño Caracol, hijo de otro Caracol que, como profesional, había actuado en la misma Granada en 1921.
Claro que, tras el Concurso, vino la denostada "Ópera Flamenca" (madre de todos los males para los despistados flamencólogos de los años cincuenta hasta los ochenta) en mano de profesionales que propiciaban el "masismo", el "gaiterismo", etcétera. ¡A la hoguera con ellos! Bromeo, pero me reconforto al saber que esa historia se está escribiendo de nuevo y que la segunda versión es más verosímil. Sin la Ópera Flamenca, tal vez hoy estuviésemos sin Flamenco.
Don Juan Manuel, lo que no me explico es que de la profesionalización que usted detecta se deduzca ningún tipo de relación entre flamenco y poder. ¿Qué poder, el de ustedes los políticos? ¡Por favor! El flamenco (este humilde escribidor lo ha dicho más de una vez) es patrimonio de los artistas que lo ejecutan y de los aficionados que lo degustan, nunca de institución alguna. ¿Para qué seguir?
Sólo una cosa: como estos artículos quedan mejor si se complementan con algún cante, yo les traigo uno. El cantaor ganó un concurso para no profesionales y a la larga se convirtió en el paradigma de la profesionalización. Hace un cante (Fandangos) que algunos flamencólogos consideraron como estilo menor. La letra no puede ser más sensiblera. Aún así, ¿hay algo más flamenco que lo que vamos a escuchar a Caracol con su inseparable tocaor Melchor de Marchena?